Felices Pascuas de Resurrección

pascua-2015Ha resucitado el Señor, ser personas de consolación

por: Fabián Antunez SJ

Todos los relatos de la resurrección nos muestran al Señor que viene con el oficio de consolar, que marca también en nosotros la vocación. Todo cristiano según su carisma, según el lugar donde Dios nos ha puesto, tenemos el oficio de consolar a quienes el Señor puso a nuestro lado. “Nos envió a predicar al pueblo y atestiguar que él fue constituido por Dios juez de vivos y muertos” (Hch 10, 42).

La felicidad y la alegría son los signos que caracterizan el tiempo pascual. Si bien la alegría invade el Antiguo Testamento estalla en el Nuevo Testamento. La alegría aparece cincuenta y nueve veces en el texto del Nuevo testamento. Jesús dice: “Les he dicho esto para que mi alegría esté en ustedes y su alegría sea colmada” (Jn 15, 11). O también “ustedes están ahora tristes pero volveré a verlos y se alegrará su corazón y su alegría nadie se las podrá quitar. Ese día no me van a preguntar nada. Pidan y recibirán para que su alegría sea colmada” (Jn 16, 22-24). Está hablando en un contexto de dolor porque se viene la cruz y sin embargo el Señor obstinadamente repite el tema de la alegría. Y el otro texto clásico es de San Pablo y dice: “Estén siempre alegres en el Señor” (Filip 4,4-7).

Éste es el desafío, el saber que el gozo es tan importante y más que el dolor. Para un cristiano el gozo, la alegría y la resurrección deberían ser el estado habitual. Por otro lado no somos ingenuos, sabemos que hay momentos de mucha tristeza, hay dolores grandes, pérdidas muy dolorosas, pero entonces con mucha sabiduría, los monjes decían que en los tiempos de mucho dolor la alegría toma la forma de la paciencia.

¿Nuestras Eucaristías, catequesis, trabajos misioneros, voluntariados sociales o nuestra tarea cotidiana, reflejan el gozo del resucitado? ¿Transmiten nuestros ojos, nuestras palabras, la vida de familia, nuestra sonrisa la experiencia de haber sido “encontrados por quien es la vida en abundancia?

Pronzato, hace hablar a un hombre no cristiano reclamándole a quién dice ser cristiano, lo que le es más propio y que más necesita de él para poder creer, que es la alegría. El no cristiano dice: “Tengo necesidad de tu alegría hermano, el servicio más grande que espero de vos es la alegría. La alegría de los superficiales, de los oportunistas, de los mediocres, de los ricos, de los condenados a placeres forzados, de los esclavos de la apariencia, de los vanidosos ya la conozco, ya sé lo que es. Yo tengo necesidad de la alegría de una persona que se ha jugado su vida por el Señor, me interesa, tengo que descubrirla y necesito conocerla, mirarla a la cara, aprenderla. No la escondas por favor, no la enmascares. Cometerías un robo, nos privarías de algo a lo que tenemos derecho. Muéstrame a Dios con tu alegría, no me interesa saber lo que es Dios en sí mismo, cualquier libro me puede dar esas nociones yo tengo ganas de saber lo que es Dios en vos, qué provoca en vos, como te transforma. Me urge descubrir lo que sucede cuando Dios llena completamente una vida. Pido a tu alegría, los signos de la presencia de Dios en tu existencia. No dudo de tu muerte en Cristo, pero me hacen falta las señales de tu vida en Él”.

El Cardenal Martini dice que Jesús tuvo una pedagogía particular de acuerdo con la circunstancia y el modo de ser de cada uno. Por ejemplo, a Magdalena, la afectiva, nombrándola con ternura; a Juan, el intuitivo, por medio de la piedra corrida y la sobreabundancia de la pesca; a Pedro en su lentitud le dejó los lienzos y el sudario doblado, lo hizo participar de la pesca milagrosa y le envió a Juan para que le dijera en la pesca “Pedro, es el Señor” y Jesús le preparó aquél delicado desayuno y después lo llamó aparte para conversar. Tenía que hacer que aquél hombre todavía herido por la triple negación de su traición se curase con un triple sí, “Señor tú lo sabes todo, tú sabes que te amo”, va a decir Pedro. Y a los discípulos encerrados, muertos de miedo se les manifiesta vulnerando sus puertas cerradas y pacificándolos. Con Tomás, el escéptico, tiene que redoblar los gestos, y cuando aquél vuelve a la comunidad, lo llama y le concede su capricho: “Toca, mete la mano en mi costado”.

En el Evangelio que contemplamos hoy de los Discípulos de Emaús, el Señor camina a nuestro lado en nuestra vida cuando vamos mascullando las broncas, las heridas no resueltas. Aquí la tentación toma forma de alejarnos de la gente que nos hace bien: “camino de huida a Emaús” y vamos justificando nuestras acciones: “nosotros esperábamos”. Muchas veces en la vida nos cansamos de esperar y negociamos “la esperanza”, nos convertimos en hombres y mujeres “profetas de desventuras”, afincados en la queja, personas que viven la nostalgia “todo tiempo pasado fue mejor” y comenzamos a sembrar escepticismo en nuestros ambientes.

El Señor que revela el sentido de nuestros dolores: son parte del camino pero no tienen la última palabra, son necesarios para hacernos más sabios en la vida pero el riesgo es el de quedarnos afirmados en ellos y volvernos personas quejumbrosas. Hay un gesto sin embargo que salva a aquellos hombres desesperanzados y nos salva también a nosotros: la hospitalidad. Abrir nuestro corazón a la experiencia de acoger al otro, recibir otros relatos que nos saquen de nosotros mismos y allí sí se puede dar el “milagro de limpiar la mirada y el corazón para reconocer al Señor”.

Cuando dejamos de “idolatrar nuestras tristezas” podemos hacernos cargo de la alegría que tenemos para comunicar. De allí brota la creatividad apostólica, la capacidad de ser significativos. El anuncio del evangelio debe ser dado en alegría, porque el gozo del anunciador será el elemento que seduce, interpela y da credibilidad al mensaje y provoca en el que escucha la convicción de que este anuncio, por lo que se ve en su rostro y en sus gestos, vale la pena y es realmente buena noticia.

“Comenzamos a creer no por una decisión ética o una gran idea, sino por el Encuentro con un acontecimiento, con una persona que da un nuevo horizonte a la vida y con ello una orientación decisiva” (Evangelii Gaudium).

A la luz del encuentro con el Resucitado podemos también preguntarnos: ¿Qué caminos de vuelta debo pegar en mi vida? ¿La Eucaristía constituye para mí un ámbito para integrar las pérdidas y recibir la gracia de ser enviados a anunciar el gozo? ¿Cuándo los demás nos ven observan un rostro transfigurado por el Señor?

En efecto el gozo no esconde ni niega el dolor sino que da sentido al mismo y lo integra. Coloca las cosas en un plano superior que nos interpela a ser “sanadores heridos” que consuelen a otros en sus aflicciones (porque antes hemos sido restaurados de nuestras heridas por el Señor) y enviados en debilidad a anunciar la presencia gozosa del Señor hasta el final de los tiempos.

Dejemos por tanto arder nuestro corazón y llevemos este calor de hogar a un mundo que necesita de él, a un mundo que muchas veces conoce de placer y consumo pero le falta conciencia de la verdadera alegría, aquella que brota de la serenidad interior de sentirnos salvados y enviados por quien es la vida en abundancia.

Feliz Pascua de Resurrección!